Las librerías ya no son lo que eran. Nunca pensé que iba a encontrarme en ellas tan despistado como me encuentro hoy en día: libros de dietas, de mascotas, de jardinería y de bricolaje, manuales baratos para ser feliz y triunfar en la vida, o efímeros libros de género y deleznables best-sellers en los lugares de privilegio, y en cambio los grandes de las letras y del pensamiento, desaparecidos en combate o relegados a los rincones. Bueno, hay que reconocer que es una realista, aunque desgraciada, radiografía del mundo: la trivialidad celebrada, la sabiduría proscrita. Concédaseme este desahogo privado antes de pasar a lo que aquí nos importa y auspicia el enunciado de este breve artículo.
Hace no mucho estuve en el FNAC de Valencia buscando un libro taurino recientemente editado, de Zabala de la Serna. No lo había encontrado en el rinconcillo habitual donde solía alojarse el magrísimo cupo de libros taurinos de que disponía el establecimiento y pregunté dónde estaban ahora las obras sobre tauromaquia. Me dijeron, para orientarme, que ahora se encontraban en un extremo de la librería, cerca de donde están los vinilos (muy adecuado, pensé), dentro de la sección de espectáculos, junto al cine y el teatro. Recordé la coletilla del brindis de Cúchares -también atribuido a otros toreros- dedicado a un actor célebre de su tiempo: “Aquí se muere de verdad, no como en el teatro, que se muere de mentirijillas”. Fui al lugar y apenas tenían nada, y desde luego no estaba el libro que quería. Pregunté por él en el mostrador informativo y el dependiente, tras consultar la pantalla del ordenador, me dijo que sí, que les salía en las listas de novedades, pero que no iban a recibirlo.
Me pareció que todo era muy ilustrativo de cómo están las cosas y constaté una vez más la marginal o inexistente presencia de libros taurinos en las librerías españolas, que suelen considerarlos, al parecer, un género en proceso de extinción, o mejor, un producto vergonzante del que conviene irse desprendiendo. Sólo hay que fijarse en la mirada desdeñosa, cuando no desabrida, de muchos dependientes o dependientas cuando uno les pregunta por los libros sobre el tema, lo cual demuestra el efecto que en muchos espíritus ha operado la política de la cancelación, que obedece a la tiranía de lo políticamente correcto.
Pero, al margen de ello, en lo sucedido el otro día volvió a hacérseme presente una circunstancia que me suscita un gran interés y en la que me fijo siempre: dónde se colocan en las librerías los libros taurinos. El asunto tiene sus perendengues y no es difícil imaginar lo complicado que debe resultarles a los responsables de los establecimientos libreros decidir el emplazamiento adecuado para una realidad tan singular e indefinible –y hoy también tan controvertida- como la tauromaquia.
Yo he visto colocados los libros taurinos en muchas partes: en la sección de Espectáculos, efectivamente, junto al cine y el teatro, pero también en la de Ocio, al lado de los juegos, en la de Música, a la vera del flamenco (con el que la tauromaquia tiene, desde luego, tanto en común, empezando por el “duende”), pero también en la de Deportes, a menudo junto a la caza. Podría parecer esta última una buena ubicación, porque en ambas ocurre la muerte del animal, aunque en la tauromaquia es un final ritualmente necesario mientras que en la caza es la finalidad misma. Cabría aquí recordar lo que decía Belmonte de que en el mundo solo hay dos clases de hombres, cazadores y pastores, y que él se sentía de estos últimos. Y es que los toreros, contra lo que pueda imaginarse, son más pastores que cazadores, pues a diferencia de estos no están escondidos, sino que siempre permanecen a la vista, y están con el animal, y lo llevan y lo traen en una especie de pastoreo artístico.
Pero existe otra ubicación bastante socorrida, que durante muchos años fue la elegida por la Casa del Libro de Madrid y que me complacía mucho: junto a los libros de danza. Me gustaba por el llamativo contraste (“espigas” frente a “espuelas”, por parafrasear a Lorca), pero también porque la vinculación entre la tauromaquia y la danza estaba legitimada por la erudición académica. En su monumental Historia de las ideas estéticas el gran Marcelino Menéndez Pelayo introdujo el “arte taurómáquico” en una breve nota (junto a la equitación y la esgrima) dentro de un Apéndice del Tomo III dedicado a las “Artes secundarias”, donde estaba la danza. También el catedrático de Lógica, Leopoldo Eulogio Palacios en su Filosofía del saber (1962) emplazaba el “arte de lidiar” entre las “artes del bien deleitable”, junto a la música, el canto y la danza. La afinidad entre la tauromaquia y la danza salta a la vista: son artes mixtas de tiempo y espacio y ambas son cinéticas sin ser imitativas, pues no reproducen una realidad anterior, sino que la crean con el cuerpo a cada instante. Aunque el toreo es una danza trágica en la que muere al menos uno de los danzarines…
Y, ya que he mencionado la Casa del Libro de Madrid, he de apuntar que también me complacía el lugar donde su sede valenciana, en la calle Ruzafa, ubicaba hasta hace bien poco los libros de tauromaquia: en la sección de “Historia de España”. Elección adecuadísima, a mi modo de ver, y que parecía refrendar aquella frase tan célebre y clarividente de Ortega y Gasset: “No puede comprender bien la historia de España desde 1650 hasta hoy quien no se haya construido con rigurosa construcción la historia de las corridas de toros”. Ahora, sin embargo, la empresa ha colocado los libros, genéricamente, en la sección de Bellas Artes, que tampoco es impropio, aunque diga algo menos. Eso sí: a ras del suelo. Hacen que el aficionado se arrodille para curiosear lo que tienen… A media altura los pone, en su sección de saldos, la añeja librería París-Valencia de la calle Pelayo, junto a los libros de música y de cine; y a la altura de la vista, aunque en un rinconcito de complicado acceso al lado de uno de los mostradores es donde colocan las novedades que reciben de temática taurina. Lo curioso es que comparten ese mismo rinconcillo con los libros del “brujo” Carlos Castaneda, el enigmático gurú del peyote y las experiencias alucinógenas…
Pero hay más misterios. En la librería Soriano –donde hace unos años cultivaban el género con encomiable ahínco- tienen ahora su menguante caudal en una estantería del piso de abajo, entre la Astronomía y la Meteorología. No me pregunten ustedes por qué.
JAVIER GARCÍA GIBERT
Publicado en Avance Taurino nº 137, 24 de enero 2023, págs.. 18-21