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«La fiesta más culta» 

Una de las afirmaciones más repetidas (y más contundentes) en favor de la tauromaquia la pronunció Federico García Lorca hace casi un siglo: “Los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo”. Para turbación y enfado de los antitaurinos la frase merece todo el crédito debido a quien la dijo: un poeta y dramaturgo de fama universal, que interpretaba música y dibujaba muy bien y que era conocedor sensible y profundo de todos los resortes culturales y artísticos.

Lorca no explicó, en realidad, lo que quería decir con esa afirmación, si bien la frase apareció en un contexto que la aclara parcialmente. La pronunció en el curso de una entrevista que le hizo el dibujante Luis Bagaría para el periódico El Sol el 10 de junio de 1936; fue, de hecho, la última que Lorca realizó, pues al mes siguiente estalló la guerra y un mes más tarde, el 19 de Agosto, fue asesinado. En esa entrevista, bastante larga, se habló de muchas cosas: de los misterios de la creación poética, de la teoría del ‘arte por el arte’ (que Lorca desdeñaba), de la felicidad en este mundo y de la posibilidad del otro, de las bondades del cosmopolitismo (aunque Lorca confiesa: “soy español integral, y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos”), del cante gitano, de la incuestionable maestría de Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez (Lorca se decanta, humanamente, por el primero de ellos), etc. Pero Bagaría también le preguntó sobre los toros y en la contestación del poeta granadino es donde aparece la frase reseñada. Esta fue la respuesta de Lorca en su integridad:


“El toreo es, probablemente, la riqueza poética y vital mayor de España, increíblemente desaprovechada por los escritores y artistas, debido principalmente a una falsa educación pedagógica que nos han dado y que hemos sido los hombres de mi generación los primeros en rechazar. Creo que la de los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo. Es el drama puro, en el cual el español derrama sus mejores lágrimas y sus mejores bilis. Es el único sitio donde se va con la seguridad de ver la muerte rodeada de la más deslumbradora belleza. ¿Qué sería de la primavera española, de nuestra sangre y de nuestra lengua, si dejaran de sonar los clarines dramáticos de la corrida? Por temperamento y por gusto poético soy profundo admirador de
Belmonte”.


Como se ve, el poeta granadino no explica exactamente por qué dice que “los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo”, pero se refiere a su gran “riqueza poética y vital” y al hecho de que sea un “drama puro” que permite desaguar (y desahogar) catárticamente las emociones más hondas y más duras. Lorca era un ‘hombre de teatro’ y advierte con claridad el íntimo sentido trágico de la tauromaquia, como lo hace hoy en día nuestra dramaturga más internacional, Angélica Liddell, autora por cierto de un pequeño y apasionado libro sobre la figura de Belmonte –Sólo te hace falta morir en la plaza- en el que el lector advierte la misma percepción de esa fuerza expresiva de “lágrimas” y “bilis” de la que hablaba Lorca y esa vinculación que se da en la tauromaquia entre la “muerte” y la “deslumbradora belleza”. Dicha vinculación puede hoy parecernos extraña, pero remite sin duda a ese período cultural de la historia de España –el Barroco- en el que la impresión de fugacidad de la vida y el recuerdo de la muerte iban de la mano con la fruición estética más colorista, más espectacular, más sensual y más vital. Lorca, desde luego, habla en estas líneas para gente que ya sabe, para compatriotas que no ignoran lo que fue el Barroco español: el momento de mayor pujanza creadora de nuestra historia y aquel, por cierto, en el que la tauromaquia se convirtió en el más grande espectáculo de masas, donde se concitaba la devoción y la energía popular con los refinados y heroicos valores aristocráticos. Parece claro que para Lorca existe una especial condición barroca que está en la naturaleza del toreo, y no sólo en el toreo ecuestre de entonces sino en la moderna tauromaquia a pie que llegaba hasta sus días.

También se aprecia en la respuesta del poeta su clara percepción de una comunión íntima de lo taurino con la esencia de lo hispánico. “España”, “español”, “española”, “nuestra sangre” y “nuestra lengua” van apareciendo a lo largo de su respuesta (y la mención a “nuestra lengua” no es, por cierto, baladí, pues no existe otra parcela de la realidad que tenga más presencia que la taurina en el idioma español, invadido por completo de palabras, expresiones y metáforas que apuntan a
esa procedencia). Viene asimismo a decir Lorca que el alma hispánica se expresa y se vacía en una plaza de toros liberando sus ángeles y sus demonios; y eso nos recuerda aquellas reflexiones contemporáneas de Ortega y Gasset acerca de que la plaza de toros es un microcosmos emocional de la coyuntura del país y que la consideración atenta de la tauromaquia “revela algunos de los secretos más recónditos de la vida nacional” y resulta imprescindible para “comprender bien la historia de España”.

Pero hay otra parte de la respuesta de Lorca que aparece en sus primeras líneas y que tiene, a mi juicio, una enorme importancia. Es cuando se refiere a que los valores estéticos y existenciales de la tauromaquia han sido desaprovechados por los intelectuales y artistas anteriores a su generación, debido a una “falsa educación” que les ha sido inculcada. Es verdad que la generación de Lorca, la del 27, fue absolutamente taurófila (quizá con la única excepción reseñable de Cernuda) y en ella se encuentra además el mejor cultivador de la poesía taurina de todos los tiempos: Gerardo Diego. Es verdad que pertenecen también a esta generación grandes prosistas, empezando por José Bergamín y terminando por Ramón Gaya (algo más joven), que renuevan en su escritura la visión y el estilo sobre la tauromaquia de un modo ya plenamente moderno. Y es cierto asimismo que su generación vive la edad de oro del pasodoble taurino (López Quiroga, Marquina, Turina, José Martín Domingo, etc.). Aunque para ser totalmente justos habría que señalar que no es la generación del poeta granadino, nacido en 1898, la que surte al arte español de grandes pintores sensibles al toreo, sino más bien la nacida en la década de los años 60 y 70 (Sorolla, Ramón Casas, Zuloaga, Romero de Torres…) y algo después Picasso (nacido en 1881) o
Vázquez Díaz (en 1882). Y tampoco es la generación de Lorca sino lo más granado de la inmediatamente anterior (la denominada generación del 14, tan declaradamente intelectual: Ortega y Gasset, Pérez de Ayala, Eugenio d’Ors, Gregorio Marañón…) la que manifiesta ya un decidido interés por la tauromaquia y escribe incluso profundas páginas sobre ella.

Pero tal vez lo más interesante de la respuesta de Lorca es que esa autoatribución satisfecha, aunque no del todo exacta, de ser la primera generación pro-taurina de “escritores y artistas”, se asienta en el hecho de haber sido capaces de rechazar “la falsa educación pedagógica que nos han dado”. ¿Quién duda de que Lorca se refiere aquí al argumentario antitaurino del regeneracionismo y del krausismo, cuyas respectivas cabezas visibles, Joaquín Costa y Giner de los Ríos, consideraban la tauromaquia como manifestación prototípica del atraso y primitivismo español (formando parte de una adhesión simplista a la leyenda negra, cultivada con celo digno
de mejor causa) que debería ser suprimida en aras del progreso y la civilización. Hay aquí un evidente –y sin duda doloroso- distanciamiento del poeta granadino con la figura de Giner de los Ríos, educador y pedagogo de la juventud y la intelectualidad española de finales del XIX y principios del XX, y padre de la célebre Institución Libre de Enseñanza. La íntima conexión que tuvo García Lorca en los años 20 con la Residencia de Estudiantes y posteriormente con las Misiones Pedagógicas, ambas auspiciadas por el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza creada por Giner, nos da la medida de la significativa desvinculación intelectual que a esas alturas había tenido lugar en el poeta granadino con una parte de la herencia krausista: sí, desde luego, a la europeización, a la sensibilización social y a la apertura estética, pero sí también a la reivindicación consciente y a la apreciación instruida de la herencia hispánica, y de la cultura taurina como una parte significativa de ella.

JAVIER GARCÍA GIBERT
Publicado en Avance Taurino nº 236, 17 de Diciembre de 2024, pp. 16-19