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Las frases de los toreros

Tal vez habría que comenzar diciendo, para no caer en generalizaciones burdas, que hay toreros que poseen una gran locuacidad (ahí está Esplá, sin ir más lejos) y también una notable capacidad discursiva (la conferencia de David Silveti en la Guadalajara de Méjico, donde el malogrado diestro, sin apunte o papel alguno, empezó a perorar sobre los aspectos éticos, estéticos y patéticos del toreo –está en youtube para quien quiera verla- bastaría para demostrarlo). Pero es bien sabido que la facilidad oratoria, en sentido estricto y convencional, no es moneda corriente entre los toreros. En una reciente entrevista para Avance taurino (nº 186, 02/01/24) afirmaba Jorge Bustos, excelente columnista y jefe de Opinión del diario El Mundo, que los toreros solían ponérselo difícil cuando los entrevistaba por la parquedad esencial de sus respuestas: “son gente que aún se avergüenza de la retórica”, decía con admiración el periodista. Pues sí, es totalmente cierto, y no hay mejor modo de decirlo: “aún” tienen la decencia de avergonzarse por decir palabra hueras.

Un torero por regla general no habla por hablar ni para decir lo primero que acude a su cabeza, sino lo que se encuentra ya instalado en ella (o en su estómago o en su corazón), y si es premioso o parco en su discurso es porque busca las palabras justas y adecuadas que habitan allí dentro, en su interior. Y, cuando las halla, dice cosas hondas que parecen asentarse en sabidurías antiguas, empleando conceptos que ya no se llevan: verdad, vocación, búsqueda, hondura, sueño, pureza… Sin duda por la índole extrema de su profesión, que discurre por la arista del precipicio y conduce a la introspección y al autoconocimiento, el torero no puede mentirse ni mentirnos, y sus palabras adquieren un aura especial de verdad filosófica, al margen de la condición, del temperamento, de la formación intelectual de quien las formula. Y así el “ca’ uno es ca’ uno” de Rafael Guerra, Guerrita, no suena a nuestros oídos como tautología estúpida, sino como una sabia y ejemplar sentencia.

Lo que dicen los toreros en su desempeño taurino atesora un plus de resonancia cultural que a menudo nos sorprende. ¿No remite acaso la conocida recomendación de Juan Belmonte a un torerillo que empezaba de que «para torear olvídate de que tienes cuerpo» a la descripción de los arrobos místicos de Teresa de Jesús cuando afirmaba que en ellos «parece no anida el alma en el cuerpo»? ¿Y no recuerda la repetida frase belmontina de que “se torea como se es” a la tan célebre de que “el estilo es el hombre” del conde de Bufffon, en su discurso de entrada a la Academia Francesa en 1753? Pero no es porque Juan Belmonte conociera esas referencias, que casi seguro no las conocía, sino porque dice cosas universales y hondas. Se dirá que Belmonte era un reflexivo abismático, que se trataba mucho con intelectuales y que amaba la lectura. Cierto. Pero también un intuitivo irreflexivo como Rafael “El Gallo”, que seguramente no leyó un libro en toda su vida, era capaz de decir en sus frases cosas trascendentes: ¿no revela acaso un alto sentido estético y taurino su “Para torear hay que acariciar”?; ¿y no atesora, por ejemplo, su apreciación de que “las broncas se las lleva el viento y las cornadas se las queda uno” la lucidez pragmática y desmitificadora de las mejores máximas de La Rochefoucauld?

Cuando el torero habla de su profesión taurina siempre da la impresión de hablar de lo humano, pero no de lo humano en sus accidentes, en sus circunstancias, sino en su dimensión más honda y universal: en su ética, en su lucha por mejorar, en su modo de encarar la vida. En la plaza de Andújar Joselito le brinda un toro a su admirado “El Guerra”, ya retirado. Al entrar a matar expone muchísimo y el toro le prende, aunque sin graves consecuencias. Al acabar la corrida “El Guerra” le amonesta cariñosamente diciéndole que ese toro no merecía una estocada tan comprometida: “Quizá el toro no, pero usté sí”, le responde Joselito. En siete palabras está todo dicho sobre el respeto y la dignidad de un hombre. Esta capacidad sintética, resolutiva, del decir torero no se ha perdido, como tantas otras cosas, con el paso del tiempo. Un siglo después un joven mejicano, Luis David Adame, es preguntado por la evolución y metas de su carrera taurina: “Siempre busco –responde- afinar el toreo para que sea más bello, más efímero, y en eso es en lo que estoy trabajando” (Aplausos, 23-XII-19). ¡Más efímero! ¡Qué dimensión cobra en su frase este adjetivo! Otro torero de su generación, el extremeño Ginés Marín, responde así al ser preguntado por su retiro campestre: “La ciudad me agota, me descompone su ligereza. Me alimentan mucho más los sabores del campo y sus matices. Es una manera de fortalecerme por dentro” (Aplausos, 13/III/17). ¿Acaso no es esto pura poesía?

Pero además el torero en las palabras que dice es siempre sabedor del trasfondo y trascendencia de su insólito quehacer (aunque el mundo lo ignore o lo condene duramente). “No es un logro tuyo, es un logro del hombre”, decía en otra entrevista Alejandro Talavante, al referirse a la plenitud que se siente al dominar al cornúpeta. Aunque esa perspectiva humana y humanista no le hace nunca olvidarse al torero del carácter mítico de su encuentro con la fiera, y de la importancia de ésta en todo el asunto. También sus palabras lo reflejan a menudo (y muy a menudo están a la altura). Sevilla, domingo de Resurrección de 2018: Antonio Ferrera se enfrenta a un astado de Victoriano del Río. En la faena de muleta, sobre el mágico silencio de la Maestranza, suena el pasodoble Dávila Miura. Coincidiendo con el solo de trompeta, Ferrera se pone a andar con el toro por naturales. El duende sobrevuela el albero. El torero, al acabar, le refiere a un periodista: “El toro me ha permitido envolverme en su alma”. No podía expresarse mejor lo que habíamos visto y sentido los espectadores en la plaza. Esa frase me trajo a la cabeza otra de Morante, recogida por Paco Aguado en un libro suyo sobre el de la Puebla, cuando éste refería su crisis psicológica del año 2004, que le hizo ahondar en el sentimiento expresivo de su tauromaquia: muchas tardes su alma –explicaba el torero- “lloraba en el hombro del toro”.

Nada de esto saben, por descontado, los animalistas antitaurinos, pero uno de los asuntos característicos en las frases de los toreros está relacionado con la maravillosa ecuación entre la insobornable dignidad humana y el profundo amor y respeto al toro. Quizá uno de los toreros que más y mejor lo ha expresado ha sido Alberto López Simón. Digno de recuerdo es el magnífico discurso de homenaje al toro y a la tauromaquia que leyó al serle concedido el VIII Premio Taurino ABC en 2016, temporada en la que lideró sin disputa el escalafón taurino. Como se sabe, su estrella decayó después de la pandemia y el misterioso ángel del toreo le fue abandonando inmisericordemente hasta su retirada a comienzos de 2023. En el sensible y dramático comunicado en el que anunciaba esa decisión López Simón resumía el motivo de su despedida con esta frase admirable: “Por eso digo adiós, porque no puedo defraudarme a mí mismo, pero sobre todo no puedo defraudar al toro, que me ha entregado su vida y me lo ha dado todo”.

Decididamente, las frases de los toreros brillan como joyas de gravedad y estilo entre la bazofia y mediocridad reinantes.

JAVIER GARCÍA GIBERT

Publicado en Avance Taurino, nº 192, 13 de Febrero de2024, págs. 20-23