Superposición del sitio

LA EXPERIENCIA ESTÉTICA

     El gozo que a veces me produce la magnificencia de la naturaleza ocasiona en mí, simultáneamente, una angustia que no se produce ante la belleza artística. Pasear por Praga al atardecer, recorrer los frescos de Giotto en la capilla Scrovegni de la ciudad de Padua o leer un  poema de Rilke son imborrables experiencias estéticas en las que yo mismo me reconozco. Me extasían, pero no me superan. La grandiosidad natural sí que lo hace. Descubrí esta sensación con todo rigor en mi primer viaje a la India, hace ya 35 años. Concretamente en Srinagar, la llamada “perla de Cachemira”. Desde mi house-boat en el lago Dhal, contemplaba diariamente la imponente cordillera del Himalaya, mientras el agua, bajo mis pies, era un fastuoso jardín flotante lleno de nenúfares y de lotos. Me penetró la impresión dolorosa de no saber qué hacer con todo aquello. No sabía de qué modo incorporarme esa belleza, cómo asimilarla, cómo deglutirla, salir mejorado o fortalecido de ella. El espíritu oriental diría que, en efecto, el error es mío: querer integrar, querer poseer, en lugar de integrarme sin codicia, de ser poseído sin resistencia (por el objeto, por la realidad, por el flujo mismo de las cosas). Es el estigma occidental de los hijos de Adán, de los exiliados del Paraíso: cuando Adán fue arrancado de la plenitud edénica entró en el terreno de la limitación, en un mundo severo de contornos rigurosos y en una urgencia presidida por el ansia de conocimiento, el obstáculo de la decisión y el imponderable de la muerte. Sus hijos, acuciosos, nos sentimos desde entonces huérfanos de plenitud, intuyendo y anhelando, angustiados, una totalidad a la que no accedemos. El gran arte, la gran literatura, es el síntoma y, a la vez, la redención de todo ello, al producir el misterio de una belleza a nuestra medida. En la contemplación del arte me siento humano, profundamente humano, y me reconozco como criatura espiritual en este mundo contingente. Me siento completo y necesitado. Tocado por la luz de una belleza que acaso es la sombra de algo más. Esa es la marca, en último término, de la experiencia estética.